Desde el inicio de la pandemia, el mundo de la investigación en salud mental se ha disparado. La mala salud mental tiene un coste económico importante, estimado en 2,5 billones de dólares anuales en 2010 en concepto de mala salud y pérdida de productividad, cifra que se prevé que aumente hasta la asombrosa cifra de 6 billones de dólares en 2030. Para ponerlo en perspectiva, los ingresos totales por primas del sector de los seguros de vida y salud ascendieron a más de 4,8 billones de dólares en 2021.
El argumento económico para abordar la salud mental es claro: cada dólar invertido en salud mental puede suponer un retorno cuádruple a través de una mejor salud y productividad. Sin embargo, la salud mental ha seguido siendo un «servicio ceniciento», con un gasto público mundial de apenas 2,5 dólares per cápita, y con una inversión especialmente insuficiente en los países de ingresos bajos y medios. La COVID-19 no sólo ejerció una enorme presión sobre el bienestar mental, sino que también exacerbó una crisis de salud mental ya generalizada, caracterizada por una financiación inadecuada y por la escasez de personal en los servicios de salud mental. Ha llegado el momento de reconocer la verdadera magnitud de las vulnerabilidades y los riesgos que la mala salud mental supone para nuestra sociedad.
Las aseguradoras ya pagan un alto precio por la mala salud mental, a pesar de las cláusulas que limitan o excluyen la cobertura, debido a la asimetría de la información. A nivel mundial, los problemas de salud mental son la causa más común de incapacidad laboral. Se calcula que las reclamaciones por incapacidad relacionadas con ellos ascienden a 15.000 millones de dólares anuales, y la salud mental encabeza la lista de causas en países como Australia y Canadá. Los datos sobre las reclamaciones de seguros médicos relacionadas con la salud mental son escasos, pero los pagadores de la sanidad (incluidas las aseguradoras sanitarias voluntarias) y los proveedores de servicios sanitarios han compartimentado la salud física y la mental. En realidad, sin embargo, las complejas comorbilidades difuminan las líneas entre ambas. Hay pruebas que sugieren que el estado de bienestar emocional y social está vinculado a los resultados de la salud física, con hasta un 29% más de riesgo de enfermedad coronaria y un 32% más de riesgo de accidente cerebrovascular asociados a un mal bienestar mental. Otros estudios han establecido vínculos entre enfermedades no transmisibles, como la diabetes y el cáncer, y problemas de salud mental.
Para que los seguros de vida y salud desempeñen un papel constructivo en el bienestar mental, las empresas tendrán que preguntarse lo siguiente:
¿Están empeorando las cosas las exclusiones, el aplazamiento de la cobertura y los enfoques basados en los techos de cobertura? Por ejemplo, ¿se está agravando una reclamación de protección de ingresos de larga duración por un problema musculoesquelético debido a un problema de salud mental subyacente que impide la vuelta al trabajo a tiempo?
Dada la estrecha relación entre la salud mental y las enfermedades crónicas, ¿las aseguradoras de vida y salud están asumiendo indirectamente el coste de una mala salud mental?
¿Pueden mejorarse los planes de protección de ingresos detectando antes las señales de alarma y actuando en consecuencia, en lugar de realizar un análisis retrospectivo de un siniestro de salud mental a los tres o seis meses, cuando los síntomas pueden haber empeorado ya?
¿Pueden hacer más para abordar las causas profundas del estrés financiero y el agotamiento laboral, algunos de los principales desencadenantes de la mala salud mental?.
Con una de cada ocho personas que sufre problemas de salud mental, el enfoque actual está empezando a perder su relevancia. Las expectativas de la sociedad están cambiando y, a pesar de los tabúes asociados a la experiencia de una mala salud mental, muchas personas están acudiendo en busca de apoyo. Ahora más que nunca, los seguros tienen un papel fundamental a la hora de ayudar a las personas y a las sociedades a crear una resistencia emocional y física para afrontar un mundo económica, política y medioambientalmente turbulento. Aunque la cautela está justificada, seguir como si nada no es una opción.